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Recordando la figura de Arturo Campion. Se cumple hoy el 150 aniversario del nacimiento en Pamplona de Arturo Campion, abogado, historiador, político, lingüista, escritor... (en Gara)

07/05/2004

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En el 150 aniversario del nacimiento de Arturo Campion, escribir de este insigne navarro es un gozo para quien conoce, siquiera someramente, la magnitud de su obra, y un dolor encallecido para quien siente y ama a este país, por el obligado desconocimiento de la misma.

Autor de más de ochenta obras que han estado hasta hace poco proscritas y que todo vasco que se precie debiera conocer, fue Campion un hombre que asumió, en su monolítica personalidad, toda la esencia vasca de Euskal Herria.

Nace en Pamplona el 7 de mayo de 1854. Estudia el bachillerato y los primeros cursos de Derecho en la Universidad de Oñate. Y es en esta villa guipuzcoana donde nace Campion para la causa vasca. Tiene como profesor a Estanislao de Aranzadi, uno de los hombres mejor formados en la tesis vasca de aquel entonces. Es muy posible que fuese Aranzadi quien inspirase en Campión ese sentimiento que arraigó profundamente en su alma.

El estudio de nuestro pasado histórico le abrió caminos insospechados y se apoderó de él. Fue ese escozor que impacienta el corazón del hombre cuando advierte que le faltan partes esenciales de su ser para realizarse plenamente. El lo entendió así, con toda la sensibilidad de su alma generosa, y se dedicó a conocer a su patria, comenzando por aprender su idioma, el euskara.

Así, una vez terminados sus estudios de abogado, puso todo su empeño en aprender la lengua vasca. La llegó a dominar, hasta publicar cuando frisaba los treinta años una gramática de los cuatro dialectos literarios de la misma, editada en Tolosa en 1884. En su dintel dejó escrito: «Aunque el euskera fuera un idioma desabrido y torpe, lo amara yo como a las niñas de mis ojos». Por este amor, y profundizando en él, fue filólogo, historiador, investigador, novelista... Manuel de Irujo decía que «su preocupación por los problemas del país era tal, que autoriza a pensar que el patriotismo hizo a Campión artista y sabio».

Es incomprensible para quien tenga una mente sana que este hombre, profundamente cristiano, con tal personalidad y grandeza de alma, de entrega a la noble causa de su pueblo, haya tenido su obra postergada al silencio más ominoso, hasta resultar un desconocido para su propios paisanos.

Fue diputado por Navarra, senador por Vizcaya, presidente de la Sociedad Internacional de Estudios Vascos, de la Academia de la Lengua Vasca y muchos cargos más, llevado por su inagotable entusiasmo por la cultura vasca.

Es particularmente memorable el discurso que pronunció en el Congreso de los Diputados de Madrid, en la sesión celebrada el día 22 de julio del año 1893, en el que Don Arturo Campión dijo: «Aquí estamos los diputados navarros cumpliendo la misión tradicional de nuestra raza, que, tanto en la historia antigua como en la moderna y aún contemporánea, se expresa con el verbo 'resistir'. Aquí estamos escribiendo un capítulo nuevo de esa historia sin par que nos muestra a los vascones defendiendo su territorio, su casa, su hogar, sus costumbres, su idioma, sus creencias, contra la bárbara ambición de celtas, romanos, francos, árabes y efectuando el milagro de conseguir por luengos siglos su nacionalidad diminuta a pesar de todos».

Hoy como ayer ­cada palabra se renueva­ es necesario resistir. Elevar nuestras voces para defender nuestras libertades, reclamar por derecho la libertad de un pueblo que heredó con su suelo natal, sus instituciones libres.

Este era Don Arturo Campión.

Vivió a caballo entre sus casa de Pamplona, en la calle Chapitela, y San Sebastián, en Villa Emilia, donde murió en 1937, en plena guerra civil.

Paz de Ciganda, en su artículo necrológico emocionado, diría: «Se han cerrado las grandes ventanas de luz que habían vivido abiertas para nuestro país». Aquella campana había dejado de sonar.

Conocí a Don Arturo Campión cuando él tenía 81 años y yo solamente 15. Todos los meses iba a cobrarle un recibo de veinticinco pesetas para una organización vasca. Me atendía personalmente y mantenía conmigo algo así como un monólogo, al que yo contestaba con monosílabos, instándome siempre a que aprendiera euskera, como él había hecho. Yo quedaba aturdido por su sencillez, al mismo tiempo que me hinchaba de orgullo por hablar bis a bis con el maestro, con aquel hombre que era el primero en la defensa de la cultura vasca. Una obra ingente que sólo ingratitudes habría de acarrearle y que da la impronta de su categoría humana. Porque siempre ha sido difícil decir «soy vasco», y asumo todo lo que en sí encierran estas palabras, con toda su responsabilidad, hasta con la propia vida.

Campión escribió cuentos, novelas y leyendas que no han tenido la divulgación necesaria y merecida, porque cuando se toca el tema vasco con toda su crudeza, escuece, quema, hiere... Es de aplaudir la edición de sus obras completas por la editorial Mintzoa en 1983, pero no es suficiente.

Sus obras parecen escritas como si cada una llevase impresa una lágrima de sangre, extraída de su propio dolor. Así, en "Blancos y negros", refiere el sacrificio del patriota. "Pedro Mari" muere ante el pelotón de ejecución; en "El último tamborilero de Erraondo", presencia la tragedia de su pueblo, que ha perdido su idioma, su propia idiosincrasia; en "El coronel Villalba", describe la triste epopeya de Navarra bajo la «cruz» del cardenal Cisneros y contempla a Navarra vencida y humillada. Y es en "El bardo de Izalzu", que dedica a su esposa Emilia, donde deja a Gartxot morir emparedado, donde exprime las esencias de su ser.

Otras muchas obras, hasta 83, han vuelto no hace mucho a la luz, dignamente editadas. Mas yo pienso que otros homenajes debieran acrecentar su memoria poniendo, por ejemplo, una placa con su nombre en una plaza, en una calle de Iruñea, en el frontispicio de la casa en que nació y vivió, en la ciudad que lo vio nacer.

En el Museo de Pamplona, creo que en el último chiribitil del palacio, tienen escondido un cuadro del pintor Javier Ciga, que estuvo expuesto en la Cámara de Comptos, pero que parece estorbaba a algún señor y lo escondieron en los bajos del museo. Un óleo primoroso del afamado pintor de la efigie de nuestro ilustre paisano Don Arturo Campión silenciado a la memoria de sus gentes. ¿Usted lo entiende?

Juan Iturralde y Suit, su ilustre amigo, dejó escrita esta frase: «Pueblo que a sí mismo se ignora, es tal cual si no existiera». Y se podría añadir: Pueblo que a sus ilustres personajes no honra, a sí mismo se deshonra.

(artículo sin firma publicado el 07-05-2004 en el diario Gara)


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