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Mari Carmen Egurrola Totorica, la superviviente de Guernica que susurra en euskera a los desmemoriados de Idaho (El Mundon)

2017/04/26

Se apellida Totoricagüena y tenía 5 años cuando la Legión Condor atacó su pueblo. Como muchos de Guernica, emigró a EEUU y hoy, con 85 años, ella es el nexo de sus paisanos con sus orígenes vascos. A los que tienen demencia o alzhéimer les habla en su lengua materna, la única que no han olvidado. "Les reconforta", dice la mujer que recorre los asilos de Idaho. Y les lee relatos en euskera

Lotura: El Mundo

Lucas de la Cal. Media tarde del 26 de abril de 1936. Lunes de mercadillo en Guernica. Las calles de la villa vasca están abarrotadas con el triple de personas que de costumbre. De pronto, suenan los primeros redobles de las campanas de la iglesia. No son para avisar del fallecimiento de ningún vecino, como es habitual. La aviación nazi de la Legión Cóndor ya ha llegado para lanzar sus bombas por orden del general Franco.

En la casa del cartero, una cría de cinco años llamada Mari Carmen tiembla al escuchar los primeros estruendos. Su madre, Dolores, la arrastra de la mano fuera de la casa llevando en brazos a su otro hijo de 11 meses. Salen corriendo colina arriba hasta refugiarse a los pies de un castaño. Desde allí ven arder su casa y su pueblo. Un mar de cadáveres vislumbran entre el humo. Una de las bombas les cae cerca y la arena de la tierra golpea sus rostros. Dolores dice a su hija que rece tantos avemarías como pueda sin abrir los ojos y sin moverse. Tres horas más tarde, los aviones se van, dejando 1.600 muertos y a Guernica convertida en cenizas.

Ochenta años después, al otro lado del Skype, en suelo norteamericano, a 8.000 kilómetros de su Guernica natal, con siete hijos y 10 nietos, Mari Carmen Totoricagüena Egurrola (85 años) recuerda con nitidez el día más oscuro de su vida. La anciana tiene un aire a Gloria Stuart en Titanic. Grandes ojos azules bien abiertos, abundante maquillaje, camisa rosa y collar de perlas al cuello.

"Ardoa edanda mozkortzen naiz pipa erreta zoratzen naiz (cuando bebo vino me emborracho, cuando fumo en pipa me vuelvo loco)", susurra Mari Carmen la canción popular del vino al oído de su amiga Serafina, otra superviviente de Guernica que nunca llegó a aprender castellano. Huyó de la Guerra Civil a América de niña y ahora sólo recuerda la lengua de su niñez, el euskera. "A mí el paso del tiempo me ha tratado muy bien. Conservo la memoria intacta y los reflejos para recorrer en coche los asilos donde residen mis compatriotas y hablarles en nuestra lengua", dice Mari Carmen, que siempre ha tenido clara su misión al otro lado del charco: preservar la cultura vasca en el oeste de EEUU. En el estado de Idaho, en los años 30 tierra para pastores y granjeros, cerca de 70.000 vascos emigraron para trabajar tras el horror del bombardeo.

Siempre ha tenido clara su misión al otro lado del charco: preservar la cultura vasca en el oeste de EEUU

Mari Carmen llegó con 20 años a la ciudad de Boise. Aquí viven 10.000 familias descendientes de inmigrantes vascos. Por eso no es extraño encontrar en esta ciudad un frontón donde se juega a la pelota vasca, un coro de niños que cantan en euskera y hasta un grupo de rock con letras en la lengua no indoeuropea.

La mayoría de los abuelos que llegaron de niños o jóvenes a Estados Unidos y que aún viven -quedan 500 en Idaho- están repartidos en residencias de ancianos por todo el estado. "Ese es ahora mi trabajo, visitarlos para que no olviden sus raíces", dice Mari Carmen. Dos veces a la semana coge su Toyota y recorre estos asilos para conversar en euskera con los ancianos que huyeron de la Guerra Civil y que únicamente recuerdan su lengua materna.

"Tras el bombardeo de Guernica, miles de hombres y mujeres cruzaron el charco, hacia la zona más rural, donde se necesitaba mano de obra en el campo y en las granjas y no se requería hablar inglés. Ahora, por la edad y el alzhéimer, la mayoría el único idioma que recuerda es el primero que aprendieron", cuenta Mari Carmen.

El día anterior a la charla por internet, la mujer fue al asilo a ver a sus amigas Lidia Aguirre y Serafina Lejarcegui. Les llevó churros con chocolate. Después acudió a otra residencia a cenar con su veterana quinta, Vitoria Oleaga. Mari Carmen se encargó del postre, unas tostas de Vizcaya, crema de canela y flan. Al acabar, la mujer sacó un libro de cuentos escrito en euskera y se los leyó a su amiga. "Para ellos, que están en la época final de su vida, escuchar la lengua de sus padres es muy relajante", confiesa Mari Carmen, que habla un castellano con un marcado acento yanki.

La última vez que voló a la península, a pisar su Guernica, fue hace medio año. Estuvo seis semanas entre su pueblo y San Sebastián, visitando a los familiares y amigos que se quedaron en el País Vasco. Tras el bombardeo, la familia de Mari Carmen se refugió en Bilbao. "Estuvimos meses malviviendo en comedores sociales a base de arroz", recuerda la anciana. De allí se fueron al municipio de Balmaseda y después a Vitoria, donde su padre encontró trabajo en Correos.

"En mi adolescencia empecé a ganar un sueldo como niñera, después volví a Guernica para servir en un hotel y allí conocí a mi marido". Se llamaba Teodoro Totoricagüena, huyó a Idaho para trabajar como pastor tras los bombardeos y regresó al pueblo años después "para buscar una novia". "Y me encontró a mí", bromea Mari Carmen. Enseguida se casaron y en 1951 embarcaron para Nueva York. "En aquellos años ir a América era ir al cielo", dice. De allí cruzaron el país para ir a Boise y Teodoro comenzó a trabajar en una empresa de construcción de carreteras.

Entonces, una joven Mari Carmen inició su proyecto de difundir la cultura de su pueblo arraigada en los miles de inmigrantes que cruzaron el charco. Ha dado clases de cocina vasca en las escuelas de la ciudad, montó un mercadillo semanal de comida típica de Guernica, un coro de niños vascos, formó parte de un grupo de música que cantaba en euskera en bodas y funerales... y con Teodoro tuvo siete hijos. María Dolores, José Antonio, Mari Carmen, Rosa Mari, Gloria, Teodoro, Teresa...

Esta semana se cumplen 80 años del trágico bombardeo que pudo destruir la vida de la pequeña Mari Carmen. Sus recuerdos los plantó en forma de semilla hace unos meses en un gran homenaje a las víctimas en el Capitolio de Washington. Trump todavía no estaba en la Casa Blanca. "No me gusta. Yo soy demócrata y es muy triste lo que está pasando en Estados Unidos. Y no soporto el trato que el presidente quiere dar a los refugiados. Yo les miro y me recuerdan a mí y a mis padres cuando tuvimos que huir de Guernica por la guerra".

-¿Hasta cuándo va a seguir susurrando en euskera a los ancianos?

-Mientras pueda seguir recorriendo en coche los asilos no dejaré de hacerlo. Ellos necesitan ese regalo al final de su vida. Y yo también los necesito en el final de la mía.



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