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María Rosario Echeverria escribió en Concordia, Argentina, una carta dirigida a su abuela 'la inmigrante'

03/10/2011

Grupo de vascos concordienses participantes de los festejos del Día del Inmigrante 2011 (foto Mariano Silva-Torrea/EuskalKultura.com)
Grupo de vascos concordienses participantes de los festejos del Día del Inmigrante 2011 (foto Mariano Silva-Torrea/EuskalKultura.com)

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Como ya es proverbial en Argentina, este recién concluido mes de septiembre permitió gozar a millones de ciudadanos de la fiesta del inmigrante. María Rosario Echeverria es una vasca concordiense, orgullosa de serlo, que suele compartir ése y otros sentimientos con sus conciudadanos en cartas y mensajes que dirige a su comunidad local y provincial. Así lo hacía, también en esta ocasión, con motivo de la «XVIII Fiesta Provincial del Inmigrante» de Concordia. El escrito, publicado en el diario El Heraldo, lleva por título 'Mi abuela, «la inmigrante»'.

Por María Rosario Echeverria

El lema: «A las tradiciones no solo hay que contarlas. . . Hay que vivirlas» fue, una vez más, antorcha que iluminó esta hermosísima y tocante fiesta. Las diferentes y numerosas colectividades se esmeraron al máximo preparándola minuciosamente para que resultara todo un éxito, al igual que las anteriores.

Y lo fue. Patios de comidas, presentación de ballets típicos, números artísticos, shows en vivo, elección de la reina provincial del inmigrante, desfile tradicional desde la plaza «Urquiza» hasta la Estación Concordia Norte, en fin, hubo de todo y para todos los gustos.

Participé de varios de los actos programados y, sinceramente, los disfruté mucho como descendiente de vascos y socia de la «Colectividad Vasca de Concordia».

Claro está que, mientras lo hacía, lamentaba no contar a mi lado con la presencia física de mi abuela paterna, «la inmigrante». Ya no está transitando la vida terrenal. Sé que con su particularísimo modo de ser la hubiera «palpitado» a lo grande.

Quiero evocarla de manera puntual. Pasó a ser ella una figura de principalísima gravitación en mis días. La asocio a menudo con ciertas cosas, o pequeños detalles que me resultan imborrables. Parecerán, quizás, nimiedades pero para mí son muy sutiles, encantadoramente memorables. ¡Si me habrá visitado llevándome de regalo manzanas verdes, «las caras sucias» que tanto me gustaron siempre!. ¡La esperaba con el candor que embriagan los años infantiles!

¡Cuántos libritos de cuentos me obsequió! ¡Y cómo no recordarla mostrándome su alegría valorando la vida mientras, hasta los últimos días de su existencia terrenal, bailoteaba danzas vascas acompañada por mi padre, su hijo menor!

O cuando nos deleitaba realizando maravillas en el tejido o la costura o pintura «a la usanza vasca», según decía. Y también su gentil deseo, siempre repetido, al despedirse con su muy vasco: ¡Zorionak!, es decir, ¡Felicidades! vale también recordar su profundo agradecimiento a la República Argentina.

¡Cuánto me hablaba de Dios, Nuestro Señor!. Insaciable lectora y gran admiradora de Santa Teresa de Jesús, mil veces le oí alentarme ante minúsculos contratiempos que se me presentaban diciéndome: «Nada te turbe. Nada te espante, todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta!».

Y con cuánta alegría y hasta con orgullo contaba que su esposo, mi abuelo paterno, había sido ermitaño en aquellas lejanas tierras que dejaron atrás al venir a América! Su vida fue ejemplar. Mientras se desgranaban sus días y sus noches, parecía no perder de vista eso de: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosa que no puedo cambiar. Valor para cambiar aquellas que puedo. Y sabiduría para reconocer la diferencia».

Sus hermosos y vivaces ojos se tornaban melancólicos al compás de sus relatos sobre el País Vasco, «su» país natal, ese que se halla al norte del continente europeo, en un territorio que se extiende al norte y sur de los Montes Pirineos, en su sección occidental, bañadas sus costas por el Océano Atlántico y el Mar Cantábrico y que limita con los territorios franceses de Las Landas y el Bearn y los españoles de Cantabria, La Rioja, Castilla y Aragón.

Su viaje para radicarse en estas tierras americanas constituyó todo un frondoso capítulo en su existir.

Había partido muy joven, con su esposo y una pequeña hijita desde Pamplona (Navarra) recalando en la zona de Paso de los Libres (Corrientes) trayendo como toda fortuna un bagaje de sueños y esperanzas junto a dos enormes arcones que, cargados de elementos personales, mostraban las iniciales de ella en uno, y las de él en el otro, delineadas en prolijas tachas ubicadas en su parte superior o tapa. Llegaron a poseer una importante estanzuela y a tener cuatro hijos más, entre ellos mi padre, todos argentinos.

Pero... la muerte le arrebató a su esposo, joven aún, dejándola viuda, sola, muy lejos de sus familiares, con cinco hijos todavía en crianza. A partir de ese desdichado hecho su lucha fue muy grande.

Como buena vasca, tenía enorme apego al trabajo. Con laboriosidad, perseverancia y honradez admirables, siguió sola llevando hacia adelante su hogar. «Las vueltas de la vida» que tantas veces mencionamos, la trajeron a radicarse finalmente a Concordia, ciudad donde falleció dejándome sumida en profunda tristeza porque, de verdad, era una amiga. Me quedó un hueco grande, casi imposible de llenar.

No me dejó fortuna en lo material pero sí tengo de ella atesoradas enseñanzas que «se me hicieron carne», tales como eso de que debemos avanzar en la vida con ideas claras, convicciones firmes, razonable cultura y moral sana e incorruptible, enseñanzas de las que traté de no apartarme nunca porque las recibí no solo de ella sino también de mis padres, a quienes siempre consideré «todo un lujo», bendición de Dios, Nuestro Señor, para mí y mis hermanos.

En esta sencilla evocación de mi abuela, «la inmigrante», va toda mi gratitud a las diferentes colectividades que cada año nos hacen posible honrar a nuestros ancestros a la par que vivir un gozo auténtico la «Fiesta de los Inmigrantes», los inmigrantes de quienes la escritora Susana Caminero de Braillard con acierto, dijo:

«Inmigrantes de tiempos lejanos
que vinieron tras una esperanza
dejando todos sus afectos
en su querida patria.
Hombres y mujeres de coraje
viviendo una epopeya indescriptible,
cruzando el océano bravío
siguiendo un destino impredecible.

Violentas tempestades del mar,
el trato inhumano de algún capitán
y la profunda agonía de pensar
que a quienes dejaron no verán jamás.
¿Será por eso que habitaba la nostalgia
en los ojos de los inmigrantes?
Seguramente, porque éstos se encendían
cuando hablaban de su tierra y su gente.

Extrañar por siempre las montañas,
el paisaje, el aroma, la nieve. . .
Adaptarse a esta enorme llanura,
trabajar la tierra hasta el sol poniente.
Héroes a veces olvidados,
con su aporte de cultura y trabajo.

América se siente agradecida
y quiere confundirse en fraternal abrazo.
Queridos inmigrantes del pasado,
a todos les rindo tributo,
porque trajeron la semilla
y nosotros somos vuestro fruto».

No puedo dejar de mencionar que una de las actividades de las que participé fue el lindísimo desfile de las colectividades, ante numerosísimo publico, realizado en la tarde del pasado domingo 11 del corriente, desde la Plaza Urquiza hasta la Estación Concordia Norte del Ferrocarril. Despliegue de gracia, colorido y cosa hermosa significó él.

Y, claro está, la «Colectividad Vasca de Concordia» fue una de las participantes, y dentro del grupo de mujeres, hombres, jóvenes y niños que la representaron, tuve el placer enorme de hacerlo yo también.

Con la alegría propia del vasco, durante ese desfile se disfrutó de bailes típicos: toda clase de elementos distintivos como la propia bandera vasca con sus vivos colores en estandartes, vestuario y otros detalles puntuales, la magnífica participación de exponentes como Mariano Silva Torrea y Gustavo Estanga Endia que por amplificación dieron cuenta permanentemente de características peculiares del ayer y hoy del País vasco y de modo destacado, haciéndolo al frente de esta colectividad, la presencia de la señorita Milagros Castañeda, actual Reina de la «Colectividad Vasca de Concordia» que, en la noche anterior, o sea el sábado 10 de septiembre pasado, fue electa Reina de los Inmigrantes de Concordia, en esta décima octava edición de la Fiesta Provincial que tanto distingue a nuestra ciudad.

Y, como lo viene haciendo desde hace 10 años a la fecha, se hizo presente una Delegación del Centro Vasco de la hermana Salto (R. O. del Uruguay) que se sumó al desfile de los «vascos» de Concordia.

Mucho para decir, mucho para ponderar. Una enorme alegría también para la «Colectividad Vasca de Concordia» ya que, por quinta vez, su representante es coronada Reina Provincial de los Inmigrantes concordienses, desde que existe esta institución tan querida de nuestro medio.

¡Felicitaciones Inmigrantes Concordienses Unidos!

¡Felicitaciones «Colectividad Vasca de Concordia»!

¡Felicitaciones Milagros Castañeda y muchas gracias por tanta dicha y emoción que nos regalaste a «los vascos» de Concordia!.

(publicado el 13-09-2011 en El Heraldo)



Comentarios

  • COMENTARIO

    CONOZCO HACE MUCHO TIEMPO A ROSARIO ECHEVERRIA ,( ES HERMANA DE UNO DE MIS MEJORES AMIGOS , JORGE ) SOBRE LO QUE ESCRIBIO , ME LLEGO A LO MAS PORFUNDO DE MI SER , PORQUE YO VIVI CON MI "ABUELA VASCA ".

    SUSANA, 04/10/2011 20:51

  • silviaubenes@speedy.com.ar

    Me encantó todo lo que dijiste, me sentí totalmente identificada.Eskerrik asko

    silviau, 03/10/2011 16:15

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