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El escritor Fabio Echarri, entrevistado en Gara sobre su novela "Zamacola, un bandolero vasco en el Chaco"

06/02/2012

Fabio Echarri, a la izquierda, recibiendo en premio otorgado por la Asociación de Directores de Museos de Argentina en el año 2010
Fabio Echarri, a la izquierda, recibiendo en premio otorgado por la Asociación de Directores de Museos de Argentina en el año 2010

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La figura de Eusebio Zamacola habitó desde siempre en el imaginario de Fabio Echarri, escritor, profesor y miembro fundador del Centro Vasco Kotoiaren Lurra, de Chaco (Argentina). Aquel vasco que visitaba de vez en cuando al abuelo de Echarri, era también un personaje legendario en la zona, bandolero, forajido y aventurero, que no mataba ni hería y nunca robada a los pobres. Tras años resistiéndose a abordar su historia, finalmente Echarri tomó la decisión de investigar a fondo su vida, encontrara lo que encontrara. El resultado es la novela "Zamacola, un bandolero vasco en el Chaco". El periodista Koldo Landaluze entrevista a Echarri en este reportaje del diario Gara del que nos hacemos eco a continuación.

Donostia-San Sebastián. "Zamacola. Un bandolero vasco en el Chaco" nos descubre las vivencias de un personaje irreductible que apostó por la aventura siguiendo fielmente su particular código de conducta. Desde la provincia argentina del Chaco, el autor de este libro -Fabio Javier Echarri- nos invita a ser partícipes de la aventura protagonizada por este bandolero que nunca mataba o hería.

«El euskara fue la primera lengua materna de Eusebio Zamacola Abrisqueta, a quien su madre le había enseñado a rezar el Padrenuestro y que, a pesar de no ser católico practicante, jamás olvidó». De esta manera se inicia el apasionante itinerario vital de un basauritarra nacido el 5 de marzo de 1904 y cuya brújula vital le llevó a protagonizar un viaje sin retorno en los siempre inciertos territorios de la aventura. Fabio Javier Echarri -escritor, licenciado en Historia y fundador del Centro Vasco en el Chaco Kotoiaren Lurra- ha seguido su estela enraizado en la cultura popular de las mismas raíces del Chaco.

-En el recorrido vital que nos propone en «Zamacola. Un bandolero vasco en el Chaco», topamos con un personaje lindante a la leyenda o creado para habitar un cuento. ¿Cuándo escuchó por primera vez su nombre? ¿Qué le empujó a escribir este libro?

En la década de 1970, cuando yo era muy chico, Eusebio Zamacola visitaba a mi abuelo en su casa de Sáenz Peña, en el interior del Chaco, pues él vivía en un pueblo llamado Quitilipi, ubicado a 20 kilómetros. Obviamente, en ese entonces, yo no sabía sobre su historia. Pasarían muchos años hasta interiorizarme; y esta primera información me llegaría de parte de familiares y amigos.

El saberme de origen vasco -algo que se resaltaba mucho en mi familia paterna-, y mi vinculación con el Centro Vasco del Chaco me llevaron a abordar esta temática. La historia de Zamacola la venía posponiendo; quizás porque no sabía a ciencia cierta qué podría haber detrás de ella. Hasta que tomé la decisión de investigar a fondo su vida, encontrara lo que encontrara. Así lo hice, y salió el ensayo «Eusebio Zamacola Abrisqueta: un basauritarra en el Chaco argentino», que fue merecedor del Premio Andrés de Irujo 2010 otorgado por el Gobierno Vasco, editado el año pasado y presentado en Donostia hace pocos meses en el marco del V Congreso Mundial de Colectividades Vascas. Ese trabajo fue la base para la novela «Zamacola, un bandolero vasco en el Chaco», y la escribí porque entendía y sentía que había «lagunas» que con la ciencia no podía llenar, sentimientos que quería expresar... la novela, como género literario, se presta a ello. Y Zamacola se lo merecía.

-¿Quién era Eusebio Zamacola?

Eusebio era un vasco, nacido en Basauri en 1904. Fue reclutado por el ejército español, prestó servicios en la Legión Extranjera, y tuvo que combatir contra los bereberes del norte de África cuando contaba con apenas 16 años. Al volver a la península, militó en el anarco-sindicalismo, lo que le valió persecución durante la dictadura de Primo de Rivera. Decidió emigrar a Argentina por cuestiones políticas y en busca de una vida mejor. Llegó en 1924 a Buenos Aires. Aquí se encontró con una situación que en algunos aspectos era semejante a la que se vivía en España, y no tardó en tener problemas con la policía. Llegó al Chaco en 1930.

Cometió algunos delitos menores para sobrevivir, pero luego se convirtió en bandolero. Y un bandolero no es un delincuente común: tenía principios y códigos, y quienes estaban con él tenían la obligación de cumplirlos. No hería ni mataba, no asaltaba a los humildes. Y se enfrentaba a las grandes empresas explotadoras de trabajadores y a una policía muy cuestionada por casos de abuso y corrupción. Eso le granjeó la simpatía de la gente común del Chaco.

El artículo completo, en Gara, aquí.

Para adquirir el libro, publicado por la editorial Txalaparta, ir aquí.



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