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San Fermín: 1890. Por una novelista vasco-uruguaya (Arantzazu Ametzaga en Noticias de Navarra)

13/07/2019

A los recuerdos de viajeros por época de San Fermín, me gustaría reseñar el de un matrimonio, Jean Baptiste Bidegaray (Hasparren) y Ramona Salaverria (Goizueta) casados en Uruguay, a donde emigraron jóvenes -él por escapar del servicio militar francés-, y que regresaban a Euskal Herria en un viaje insólito: el nacimiento de un hijo.

Enlace: Noticias de Navarra

Arantzazu Ametzaga Iribarren.  A bordo de uno de los barcos que hacían la travesía atlántica en un mes, se allegaron al caserío paternal de Hargignaenea, para tener allí la criatura, darle cuna vasca. Lo cuenta María Ana Bidegaray, la criatura nacida en tan extrañas circunstancias, en su novela Cuna vasca, publicada en Carrasco, Zazpiak Bat, 1948, y de la que en 2018, publiqué en Montevideo, Biblioteca Euskal Erria, una biografía.

Relata la autora los avatares de su nacimiento en estilo directo pero con aire romántico, la decisión de sus padres, recuperados de sus males físicos y espirituales por lo acontecidos en el parto y nacimiento de su hija, de realizan un viaje vacacional veraniego por el País de los vascos. De Hasparren parten a Baiona, donde pasan días de descanso y compras, para dirigirse a Pamplona/Iruñea en un lujoso coche de caballos. Advierten el cambio de la topografía ante sus ojos extasiados: la presencia de las majestuosas y altas montañas, coronados sus cumbres con de empastes rojo y lila (¿amapolas y romeros?), con sus estrechos valles, cruzando el azul firmamento bandadas de palomas, tantas, que ocultaban el sol.

Llegados al atardecer, para desentumecerse, caminan por la ciudad -calculo era un 6 de julio, sábado-, advirtiendo los preparativos para el festejo sanferminero. Extraigo del relato ... desde la cuesta de Santo Domingo... todas las esquina y cruces de las calle Mercaderes y Estafeta, hasta la plaza del Ayuntamiento, estaban cercados con barreras... en ese largo recorrido que efectúan los toros a los que salen a su encuentro toreros improvisados, que audaces, reciben mas de una cornada... avanzan los miuras cada cual a su modo, unos bufando, otros saltando, algunos escarbando la tierra... si algún chico valiente alardea con éxito o salva algún pase acertado, se le aplaude y acerba a repetir … desafiantes de toda índole surgen de las casas...

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No relata la autora de qué modo se engalanaron los viajeros, aunque en sus maletas-arcones de época los trajes permanecían colgados y había cajones para camisas y ropa interior, cargaban los ropajes comprados en los almacenes de Baiona. Sabemos que su madre lució, eso sí relata, mantilla de vaporoso encaje y lucía en las orejas aros engarzados con piedras, dándose aire con un abanico de marfil.

Regresaron a la mañana a la Estafeta donde reinabagran efervescencia, sueltos los miuras que avanzaban sin apuro. El joven acompañante de la pareja, Petxe, inesperadamente audaz, saltó la valla para enfrentarse a un toro que lo embistió no más verlo, pero otro mozo vigilante logró distraer al animalcon un lazo rojo, mientras los asistentes jaleaban su valentía con unos olé tu madre. Petxe, poniéndose de pie y pertinaz, resolvió dar un tirón a la cola de otro toro, que se volteó y con la testuz lo lanzó al aire tal como si fuera un muñeco de trapo. Otros ágiles navarros(sic) distrajeron al animal, levantaron al maltrecho Petxe que, como poco, no podría ir a la corrida vespertina. Reconoció, repuesto con el fuerte vino de la tierra, que era tal la mole del toro, que con su solo aliento logró abatirlo.

Jean Baptiste y Ramona fueron, a las 3 de la tarde, a la plaza, reformada en 1852, cerca de la actual. Al sol, los tendidos populares formaban un telar en el que los lunares de boinas rojas contrastaban con el blanco de las camisas, las charangas aturdían con su música, se alzaban brazos con botas de vino, chorreando el líquido rojizo, al grito general de olé. Era un total de ruido, color, placer y frenesí formaban un hervidero que silenciaba cada vez que la emoción se apoderaba de la masa... algún artista que venía admirando la línea del soberbio toro, se sublevaba indignado al ver que le quitaban la vida...

Razona la novelista que cuantos espectadores concurren a la corridas de toros saben que, al pisar la plaza, dejan tras sí, como prendas usadas, penas y preocupaciones, para cargar con ellas nuevamente, al salir. Es un olvido de unas horas. El resumen de aquella jornada de 1890 fueron seis toros muertos, varios caballos destripados, un torero herido... pero también campeó la visión de hermosas mujeres, mozos vigorosos, estreno de nuevos amores, sol, alegría y calor por doquier, añadiendo que la fiesta acerbaba el frenesí de los nabarros queañadían en esa fecha a su gesto primitivo un regusto salvaje

Es una breve reseña del San Fermín de 1890, porque la pareja sigue su recorrido hacia Goizueta, para regresar a Hasparren, recoger la niña, la que narraría años después los sucedidos, y regresar a Uruguay, a la que van hacer su patria, aunque con un denso poso de fervor vasco que les hace actuar a padre e hija en eventos del Euskal Erria de Montevideo, y a María Ana en importantes cometidos humanísticos en las dos guerras mundiales que habrían de sobrevenir. Pero el recuerdo de aquellos momentos de San Fermín escritos en su novela, trascienden a los que hoy estamos viviendo.



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