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Jon Maia Soria: «En Vitoria entendí que no debía avergonzarme de mis apellidos» (en El Correo)

15/06/2017

El bertsolari Jon Maia Soria describe en su libro ‘Berriak jaio oinen’ el proceso por el que un hijo de emigrantes se libera de los complejos para destacar en el mundo del verso en euskera

Enlace: El Correo

Laura Alzola. De padre zamorano y madre extremeña, el bertsolari Jon Maia Soria nació en Urretxu (Gipuzkoa). Fue escolarizado en euskera, pero cuando su familia se mudó a Zumaia y en la nueva ikastola casi todos eran hijos de vascos, comenzó a sentirse diferente y a ocultar sus orígenes. Entró en la Bertso eskola y tras clasificarse para la final en numerosos campeonatos, ganó el premio Xenpelar en Rentería. Cuando sus padres fueron a felicitarle, él les esquivó para que nadie escuchara que hablaba con ellos en castellano. Mudarse a Vitoria para estudiar Filología Vasca supuso una liberación que luego le permitió reconocer ante 8.000 personas el mérito de sus progenitores, su paciencia y valentía. Así lo explicó ayer en la presentación del libro autobiográfico ‘Berriak jaio ginen’ (Lanku Bertso Zerbitzuak, 2017) en Ohianeder Euskararen Etxea. El autor dibuja un retrato personal de las décadas de los 80 y 90 en la capital alavesa. Del comienzo de una revolución de la ‘bertsolaritza’ que vivió en primera línea.

–¿Quiénes son los ‘bertsolaris in vitro’?

–Un grupo de jóvenes de los 80 y 90 que rompió con la idea de bertsolari vigente hasta entonces. El título del libro ‘Berriak jaio ginen’, que traducido sería ‘nacimos nuevos’, parece redundante, pero define muy bien lo que quiero contar en él. Hablo de una generación de bertsolaris que nació sin raíces, sin tradición. Cinco o diez años antes hubiera sido impensable que alguien como yo, hijo de zamorano y extremeña, llegase a ser bertsolari. De hecho, aquella quimera probablemente nunca se hubiese hecho realidad sin las escuelas de ‘bertsolaris’. Es decir, si no hubiera habido gente del mundo tradicional del verso que se rebeló, se plantó y dijo: ‘A ver, aquí no es necesario tener el euskolabel marcado en el hombro, el sello de vasco verdadero, para cantar. Cualquiera puede hacerlo’. De esa apuesta histórica nace una generación a la que yo llamo ‘in vitro’. Aparecimos de la nada sin contar con algunas de las características principales que se les atribuía a los bertsolaris. Y no sólo nacimos, sino que hemos durado muchos años.

–¿Con qué dificultades se encontraban quienes no cumplían con el estándar?

–Estuvimos cuestionados durante mucho tiempo. ¿Cómo iba a hacer ‘bertsolaritza’ gente con nuestro perfil? Por un lado, por ser hijos de inmigrantes; euskaldunes, vale, pero sin los ocho apellidos de rigor. Y luego, encima, jóvenes, alternativos, no tradicionales. ¿Cómo íbamos a ir con coleta, patillas y calzando botas Martens a una sociedad de toda la vida a cantar versos? Esas preguntas flotaban en el aire.

Un ambiente liberador

–¿De qué manera le influyó vivir en Vitoria durante aquellos años?

–Llegué de un pueblito de Guipúzcoa con un perfil muy euskaldun como Zumaia y aterricé con 18 años en una ciudad de verdad. Descubrí otro mundo. El ambiente estudiantil, la cultura alternativa. Gasteiz era distinto, era un territorio virgen para alguien como yo. Aquí era más fácil hacer algo nuevo que en Hernani o en Ormaiztegi. La gente no nos juzgaba tanto. Eran personas que se acercaban a la bertsolaritza. No habían mamado la cultura vasca. Eran vascos como nosotros, de biberón de leche en polvo. Quienes venían a vernos tenían nuestro perfil. Eran jóvenes, universitarios y muchas veces también hijos de inmigrantes.

–¿Cómo favoreció aquel ambiente en los cambios que ocurrían en el seno de la ‘bertsolaritza’?

–Aquel era un terreno adecuado para la experimentación. En las sesiones de versos que organizábamos en el bar Parral teníamos frente a nosotros a gente con nuestra estética. Aquí fue posible y quizá no nos hubiésemos atrevido a hacer algo así en un pueblo de Gipuzkoa. Creamos el formato ‘bertso trama’ que aún perdura. Gasteiz nos dio libertad, era una ciudad sin prejuicios hacia nosotros. Con gente similar que no encajaba en la imagen tradicional del bertsolari y con bares en los que nunca se había metido nunca alguien a recitar. Era un terreno muy propicio en el que se juntó una generación de artistas que después ha sido relevante, cada uno en su ámbito. Gente como Mikel Urdangarín, Igor Elorza, Kirmen Uribe… Gente que pasaba por Gasteiz, sobre todo por la universidad, y conectaba. Creo que aquel proceso fue muy interesante y relevante para la ‘bertsolaritza’ y que estaba poco contado hasta ahora.

–De joven se avergonzaba de que sus apellidos no fueran vascos. ¿Cuándo dejó de hacerlo?

–En el libro describo el momento concreto. Yo estaba preparándome, aquí en Gasteiz, para el campeonato de 1997. Empezaba como suplente y quería esmerarme mucho. Para ello, entre otras cosas, leí textos de Berthold Brecht, el poeta y autor alemán que tuvo que exiliarse de la Alemania nazi. Decía que las personas como él, que habían tenido que dejar su tierra, todo lo que amaban, sus calles de la infancia, sus amigos, todo, en contra de su voluntad, no eran sólo emigrantes sino también desterrados. Cuando leí aquello en mi piso de la avenida de Santiago supe que nunca me había preguntado por las razones por las que dejaron mis padres y mis abuelos su tierra, su vida, todo. Nunca me había parado a pensar en ello. Ahí es cuando empecé a darle la vuelta a todo, a cuestionar mis complejos. Entendí que no tenía por qué avergonzarme de que mis apellidos no fueran vascos, supe que en vez de ocultarlo podía sentirme orgulloso de ellos, porque en gran parte era gracias a sus decisiones y a su capacidad de integración que yo fuera euskaldun como muchos hijos de inmigrantes que mandaron a sus hijos a las ikastolas, con Franco recién muerto, cuando aquello era una aventura. Gracias a ellos yo podía ser bertsolari y estar cantando en ese campeonato.

–Llegó a la final del campeonato y recitó unos versos a su familia.

–Cuando llegué a la final, salí del armario. Reivindiqué la procedencia de mi familia delante de 8.000 espectadores y les agradecí su esfuerzo, algo que no había sido capaz de hacer en toda mi vida hasta entonces.

–En el libro se ríe de sí mismo con autocrítica. ¿Se puede hacer humor sobre las dificultades del pasado?

–Sí. Yo creo que además en el País Vasco deberíamos empezar a decir cosas que hasta ahora no se han dicho. En el libro digo algunas y también lo hago en un sentido autocrítico. El dolor del pasado tiene mucho peso en nosotros, pero el humor ayuda a aligerar la carga y a mirar al futuro.



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