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250 Aniversario de la institución vasco-mexicana: El Real Colegio de San Ignacio de Loyola, siglos XVIII-XX (en Deia)

14/07/2018

El Colegio de San Ignacio de Loyola, Vizcaínas, es una institución educativa fundada en el siglo XVIII por un grupo de vascos establecidos en la Nueva España, con la intención de amparar a niñas huérfanas y mujeres desamparadas, costeando su manutención y su educación

Enlace: Deia

Ana Rita Valero (*). Entre los insignes promotores de esta obra podemos nombrar a: Francisco de Echeveste, Ambrosio de Meave y a Manuel Aldaco así como a Francisco de Fagoaga, José de Gárate, Juan de Urrutia y Lezama, Pedro de Ugarte, Francisco Santamarina y Francisco Javier Gamboa, autor de las Constituciones del Colegio, sin olvidar a todos los que también dieron su aporte para el desarrollo del proyecto. La construcción del establecimiento comenzó en el año de 1734 con el proyecto elaborado por Pedro Bueno y Basori. La obra fue dirigida por Miguel de Rivera, quien firmó como Maestro Mayor, terminándose 18 años después.

No obstante la importancia del proyecto, la institución abrió sus puertas hasta el 9 de septiembre de 1767. Hubo que esperar la llegada al trono del monarca ilustrado Carlos III para que se aprobaran las Constituciones del Colegio; asímismo, en el mes de agosto de dicho año se recibieron la Bula Pontificia de Clemente XIII y dos Reales Cédulas que confirmaban dicha aprobación.

En los estatutos de la escuela se estableció su total independencia de toda jurisdicción eclesiástica, dándole así, desde aquel entonces, su carácter laico. La sabiduría de estas ordenanzas logró que, en medio de las luchas civiles y de las intervenciones extranjeras sufridas en México, el lugar subsistiera.

El Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas figura en México como la única institución docente de la época colonial que no ha interrumpido sus labores desde su aparición hasta la actualidad.

Dentro de sus postulados educativos y principios fundacionales, se atendió a la formación de los valores morales y religiosos; por lo que, se impartió una instrucción dentro de la virtud cristiana, en la que el “valor mujeril” trascendiera a la sociedad, tal y como lo desearon los cofrades.

Personal

Asímismo, en las Constituciones se asentaron los principios rectores de la institución, los cuales definieron con todo detalle las tareas de las autoridades, como la de la rectora, vicerrectora, secretaria, primera de vivienda, enfermera, portera, tornera, escucha, maestra de la sala de labor, prefecta de coro, celadora de la escoleta de música y otras más. Se acordó también establecer una enfermería dentro del Colegio, nombrar un médico y celebrar una iguala con una farmacia situada en el Puente del Espíritu Santo, para proveer de medicinas a quien las necesitara.

Además, la escuela se organizó en torno a un proyecto de viviendas que constaban de: estancia, dormitorio, cocina y patio trasero con lavadero. En ellas habitaba la primera de vivienda con las colegialas que tenía a su cargo y que no eran más de nueve, pues se pretendía lograr una relación de tipo familiar, incluso la planta misma del edificio fue ideada para enfatizar esta forma de vida. De este modo, las niñas recibían una educación personalizada de acuerdo con las necesidades de cada una.

Más adelante, en el año de 1793, se abrió una escuela para niñas pobres en la planta baja del edificio, pero ellas eran externas. La iniciativa fue del diputado mayor de la cofradía, el canónigo José Patricio Fernández de Uribe, con la dotación que, para obras pías, había dejado al morir Manuel Eduardo Zorrilla.

En esta institución pública se admitía a mestizas e indígenas, dándoles la misma formación que a las internas, pues el benefactor puso como condición para fundarla que ambas fueran atendidas por las mismas maestras. Para sostener esta obra contribuyeron, desde sus inicios hasta su clausura en el siglo XX, los vascos que anteriormente habían sido cofrades de Nuestra Señora de Aránzazu.

Fue al inicio del siglo XIX cuando la situación política del país afectó también al establecimiento. Cabe mencionar que Josefa Ortiz de Domínguez, una de las figuras femeninas más sobresalientes del movimiento de Independencia, había estudiado en este lugar, y que algunas de sus compañeras permanecían aún en la institución.

De forma que las circunstancias adversas por las que atravesó la nación en los años siguientes a la consumación de la Independencia, sobre todo en el aspecto económico, influyeron en el colegio, pues vio disminuir sus fondos en forma progresiva. Asimismo, a finales de 1847, la República Mexicana sufrió la invasión del ejército estadounidense y la pérdida definitiva de más de la mitad del territorio. Durante este periodo, parte del edificio fue utilizado brevemente como cuartel.

Cambios

Llegamos así a una de las épocas más trascendentes en la historia de México, la de la Reforma, durante la cual se planteó una nueva estructura política y social para el país; los cambios suscitados provocaron que la Cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu, que había perdurado por 179 años, dejara de existir a causa de la Suprema Orden del presidente Benito Juárez, firmada por su Ministro de Hacienda, Melchor Ocampo, el día 6 de enero de 1861. Sin embargo, en un Oficio emitido el mismo día, se declaró que el Colegio de San Ignacio de Loyola subsistiría gracias a la exención eclesiástica que se había conseguido desde el siglo XVIII.

Al continuar la Reforma, fueron suprimidos el Colegio de Niñas de Nuestra Señora de la Caridad y el Colegio de San Miguel de Belén. El primero dependía de la Archicofradía del Santísimo Sacramento y el segundo del Arzobispado, de tal manera que las alumnas de estas dos instituciones pasaron por orden gubernamental al Colegio de San Ignacio de Loyola, que a partir de aquel momento se llamó Colegio de la Paz. De 1871 a 1878, la instrucción en el establecimiento, tanto en el grupo de externas como en el de internas, progresó notablemente, se incrementaron las materias de estudio y se siguieron los programas oficiales.

Además, a partir de 1878, gracias al apoyo brindado por el presidente Porfirio Díaz, el Colegio se fue modernizando hasta convertirse en una institución de enseñanza técnica y profesional. Durante este lapso se abrió una sección de Normal, una escuela de Idiomas, una escuela de Artes y Oficios y una escuela de Comercio, todas ellas desaparecidas actualmente.

En dicho periodo, la escuela contó con la colaboración de eminentes profesores entre los que se puede nombrar a Santiago Rebull. Por otra parte, a principios del siglo XX, se suprimió el sistema de viviendas, quedando el establecimiento como un internado cuyo modo de vida era comunal; pero más adelante, éste también fue eliminado y el Colegio permaneció como una institución puramente educativa; desapareció así la idea de asilo colegio que había subsistido desde la época colonial. Esta transformación se llevó a cabo gracias a las facultades concedidas en las Constituciones, de cambiar en todo tiempo, si así lo requería el régimen interior del lugar. Hoy en día, la escuela sigue siendo impulsada por el Patronato, nombre que recibió la Junta Directiva a partir del siglo XX. Como resultado de las vicisitudes por las que ha atravesado el país, el Colegio ha cambiado varías veces de nombre: inició con el de Real Colegio de San Ignacio de Loyola; a partir de la consumación de la Independencia se llamó Colegio Nacional de San Ignacio de Loyola; después de la Reforma, Colegio de la Paz; y desde el 5 de abril de 1997 recuperó su nombre original, Colegio de San Ignacio de Loyola, Vizcaínas.

(*) Directora del archivo histórico del Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas



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